sábado, 19 de diciembre de 2009

Solteria Prolongada

Sera cierto lo que dice este texto de que no se puede ser feliz a los cuarenta sin una pareja?O sera que nos quieren hacer creer que solas a los cuarenta es lo peor que nos puede pasar?

Carla había estudiado en el exterior, hablaba inglés y vivía sola en su propio departamento. Tenía un auto genial, ganaba mejor que cualquiera y poseía la libertad para hacer lo que le diera la gana: irse para la playa un fin de semana, comprarse ropa preciosa y sobre todo, no consultarle nunca a nadie de sus decisiones.
Carla era nuestro ideal de independencia y nuestra meta a alcanzar algún día.
¿Casa, marido, hijos? Nada que ver, ella parecía absolutamente feliz en su mundo y nosotras dábamos la vida por comprar un pasaje a ese universo perfecto, muy lejos de la cocina y más lejos aún de un pañal.

Sin embargo, un día, empezamos a notar que Carla ya no se veía tan bien como antes, que el rostro lindo y fresco que siempre habíamos visto había perdido brillo y que su sonrisa le descubría unas líneas nuevas en la cara.
“Es que Carla ya tiene más de cuarenta…” advirtió mi mamá. Y desde ese momento, se instaló entre todos un tema que parecía preocupar a una sociedad entera: el hecho de que Carla no se hubiera casado.
Las pequeñas creímos que eso no la afectaba, que simplemente ELLA HABÍA DECIDIDO que así fuera, lo cual generaba en nuestras mentes una mayor admiración: “¡Por Dios, Carla es magnífica! se ha atrevido a mostrarle al mundo que no necesita de un hombre para ser feliz!! Se basta consigo misma!!”
Pobres inocentes, no sabíamos en ese entonces que Carla lloraba con frecuencia en las noches y que su tremendo sueldo, su apartamento y su libertad no le servían de consuelo.

Recuerdo que en medio del tema de la “soltería prolongada”, alguien dijo: “¿Y quién &%%% se va a empatar con Carla? Si esa mujer no necesita a nadie!! Es demasiado independiente. Tendría que ser un hombre arrechísimo el que pueda estar con ella!!! ¿Y quién quiere una mujer de ese calibre? Eso es demasiada presión!!!”

Un día, sin dar muchas explicaciones y decidida a alejarse un poco de su entorno acusador, Carla amaneció renunciando a su trabajo y emigrando a otro país. ¿Su nueva faceta? Voluntaria en ayuda social.
Un cambio radical que todo el mundo reprobó pero que no nos quedó otra opción que aceptar. Así esta nueva mujer, con casi cincuenta años a cuestas, empezaba un reto totalmente desconocido: una vida de sencillez.
Y entre organizar grupos de ayuda, coordinar actividades y relacionarse con nuevas culturas, Carla vino a toparse con un hombre de una sensibilidad increíble, dieciséis años menor, que un poco más tarde la haría su esposa.

Nunca la habíamos visto tan feliz como cuando entró vestida de blanco, lista para entregarse por completo y deslastrarse por fin de su pesada independencia.

Ya no idolatro a Carla, simplemente he comprendido lo inmensamente sola que se sentía… y lo equivocado de nuestro concepto de la felicidad.